Viernes, 10 de septiembre de 2021
El reto ya es pasado, ahora hay que dejarlo reposar e integrarlo en nuestras vidas como experiencia y para contarlo al regreso, a nuestra familia, amigos y seguidores.
Ahora toca vivir el presente, un día de ocio y seguir disfrutando de lo que la vida nos pone delante.
Por lo tanto, no había tiempo que perder, así que ayer mismo, dejamos el barro del camino en Santiago y nos pusimos en marcha hacia Finisterre.
Claro que estábamos cansados, pero también merecíamos disfrutar tranquilamente del paisaje y de una comida tranquila, sin prisas.
Por otro lado, las bicis también agradecían que las dejáramos tranquilas ancladas en la autocaravana, ya les llegaría su turno de lavado.
También era la hora de hacer las maletas, sólo nos quedaban 24 horas para el regreso a casa.
Al atardecer, ya comenzamos a recorrer los 81 kilómetros que nos distanciaban del camping, donde dormiríamos esa noche.
Por fin y muy orgullosos de nuestra hazaña de 7 días, llegamos al lugar que los romanos bautizaron como el fin del mundo, creyendo en ese entonces que la tierra era plana.
¡Bien llegados a Finisterre!
Una vez acomodados en la zona, preparamos la cena y bromeamos sobre el día, que disfrutamos como enanos, atravesando los charcos.
Aunque contentos, el cansancio nos pidió ir a dormir, el día había sido duro y la lluvia se había convertido en una acompañante incondicional.
¡Y cómo cayó esa noche! Parecían piedras sobre el techo de la autocaravana.
Al despertar, un poquito más tarde que el resto de los días, pudimos admirar la vista, algo más que hermosa, que teníamos delante y es que el mar es vida para el canario.
A nuestra izquierda, se podía divisar una de las más famosas playas de la Costa da Morte, la playa de Langosteira, con arena fina y blanca de dos kilómetros de largo y a la derecha el puerto de Finisterre.
Hoy sí que les tocaba un baño a las bicis, que de barro estaban hasta los dientes como nosotros en el día de ayer. Todo el mimo para ellas.
Nuestra primera parada, tras el desayuno, fue visitar el Faro de Finisterre donde se puede “sentir” ese fin de la tierra del que hablan, la vista se adentra y se pierde en la inmensidad azul de mar, mires donde mires.
Desde siempre, el peregrino y el visitante se han sentido cautivados por la puesta de sol en esta parte de Galicia.
Dicen los textos que, durante miles de años, se creía que cada noche el sol se apagaba en sus aguas y más allá sólo existían tinieblas y monstruos.
Hoy en día, el potente Faro de Finisterre sigue siendo un atractivo especial para los peregrinos del Camino de Santiago, que lo dan por finalizado cuando llegan aquí.
Si ya nos consideramos condecorados y orgullosos por haber hecho el Camino de Santiago, el llegar hasta Finisterre, con más razón aun.
Por eso estamos aquí, para poner punto final a nuestro reto.
Los compañeros inmortalizaron su paso junto al monumento de la bota perdida de bronce, la cruz allí existente y el kilómetro cero.
Era tradición que los peregrinos que, llegados a este punto, abandonaban el calzado que habían usado en el Camino de Santiago.
Día de ocio en Playa de las Catedrales
De aquí partimos a Ribadeo, donde teníamos ya una hora concertada para ver la Playas de las Catedrales.
Dicha playa es un monumento natural, en la provincia de Lugo, de unos 1400 m, donde la fuerza del mar Cantábrico y el tiempo paciente han sido los arquitectos de esta obra de arte.
Para verla sólo hay que esperar a que baje la marea y, si apetece, descalzarse para disfrutar plenamente de esa arena fina, que permanece siempre mojada.
Hubo que conducir 247 kms desde el faro hasta aquí, de ahí que llegáramos una hora más tarde de la reservada. Aun así, nos permitieron pasar. Se veía muy poca gente, lo que nos permitió verla con mayor tranquilidad.
Bajamos por unas largas escaleras que nos llevaban a ver unos arcos enormes, de unos 30 metros de altura, pasillos estrechos con suelo de arena, grietas y cuevas de paredes de pizarra.
Según avanzábamos, veíamos arcos dentro de arcos, era impresionante el colorido y lo que la naturaleza es capaz de hacer sin que intervenga el ser humano.
Con este buen sabor para los sentidos, se abrió el del apetito. Así que allí mismo, en la autocaravana nos preparamos el almuerzo con lo que nos quedaba en la nevera y despensa.
El acantilado nos brindó unas zarzas donde se pudo coger unas moras negras.
Nada de siesta, cafecito para no dormir y continuamos hasta Gijón, donde entregamos las 2 bicis de mis compañeros Jesús y Raúl.
Ya sólo quedaba entregar la autocaravana para partir a Tenerife. Eso lo haríamos al día siguiente en el aeropuerto de Oviedo.
Despedida y cierre del día de ocio
Esa noche, Carmen y Ángel de Paraíso Caravaning, nos invitaron a cenar para despedirnos y así compartir los momentos del camino.
Hay que decir que fueron muy amables con nosotros, incluso nos entregaron, como recuerdo, unos obsequios con el nombre de su empresa.
El cierre de este reto se podría decir que ha sido muy gratificante y ahora hay que seguir mirando al frente y buscando nuevos objetivos, nuevas ideas, nuevos retos que nos hagan seguir viviendo con ilusión.
Si echas un vistazo atrás, verás un largo recorrido, pero si miras hacia delante aún hay mucho camino por recorrer y disfrutar.
¡O sea que siempre, adelante!